viernes, noviembre 08, 2013

ÉPALE/MIRADAS Ley semilla, Ley del pueblo

Marca el camino...
POR ERNESTO CAZAL
FOTO CORTESÍA CAUSA/MILLONES CONTRA MONSANTO/AMBROSIO PLAZA

DURANTE LA DISCUSIÓN DE LA LLAMADA “LEY SEMILLA”, UN GRUPO DE ACTIVISTAS CAMPESINOS HIZO ESCUCHAR SU VOZ DISONANTE. EL FUTURO DEL CAMPO VENEZOLANO, NUESTRA SOBERANÍA ALIMENTARIA, SE DECIDE CON EL CONCURSO DE SUS AUTÉNTICOS PROTAGONISTAS


03/11/13.- El cuento es sencillo: existe una sarta de lacras, dueños de algunas grandes propiedades (privadas), quienes amasan el capitalismo para que el resto consumamos la misma mierda que ellos venden. Este cogollo pretende almacenar a todo el planeta en un stock para condensar toda la mercancía posible (personas y recursos). Entre ese amasijo de cosas quiere controlar la comida del planeta bajo relación compra-venta. Para hacer esto tienen que imponer la forma de agricultura que les conviene: producción, producción, producción a gran escala, con todos los riesgos que conlleva (según la Organización para la Agricultura y la Alimentación —FAO, sus siglas en inglés—, se produce tres veces más comida de lo que la población mundial necesita, pero una gran cantidad se va al desecho dejando a millones de personas sin comer).


La manera que encontraron para producir, según ese modelo, fue introducir investigaciones biotecnológicas y nanotecnológicas en semillas, lo que derivó en los transgénicos (OGM: organismo genéticamente modificado). Estas semillas reclaman, según su constitución y por ser generadas dentro del capitalismo, productos industriales para que generen lo que las corporaciones y el campesino engañado necesitan producir. Por eso, no solo se comercializan estas semillas sino que vienen acompañados de un kit de agrotóxicos y manutenciones mercantiles. Todo un negocio. Redondito.
Pero la vaina no termina allí. Al lado de esta comercialización de “materia prima” se encuentra un beneficio transnacional (corporaciones como Monsanto, Dupont, Syngenta y Cargill, entre otros, se llevan gran parte de la tajada), que muchos países en el mundo convierten en tributo mediante la legislación: la patente de semillas. La propiedad sobre estas provoca la competencia entre generadores de semillas. Allí entran las grandes transnacionales con sus intereses. ¿Cómo? Te dicen que cada semilla debe tener un “propietario” (esto entrecomillado, ya que la propiedad, en este caso, no se determina por la compra de productos, servicios y bienes) y que este debería comprarlas a alguna compañía autorizada por la FAO, ente que hace las veces de ONU de la comida. Es decir, que el semillero de un conuquero, quien austeramente rechaza el uso de químicos y de semillas genéticamente modificadas porque no los necesita y conoce sus orígenes y funciones comerciales, sería ilegal en un país que legisla para beneficio de las corporaciones que venden estos productos.

La tragedia de estos procedimientos se puede contar con pocos ejemplos: en la India se han registrado suicidios de agricultores por deudas a corporaciones agroindustriales y enfermedades causadas por agrotóxicos desde principios de la década de los 90 hasta nuestros días (que algunos analistas desestiman en defensa de las transnacionales). Syngenta es la empresa que tiene más patentes relacionadas con las tecnologías de restricción de uso genético, lo cual asegura que el campesino deba comprar, entre otras cosas, semillas al vendedor por plantas que brotan y se consumen pero que no producen más semillas para su reproducción: entonces el productor debe volver a comprar más semillas. Se asumen riesgos por la mutación de un tipo de soya en específico, el Roundup Ready, como que el consumidor sea mucho más sensible al estrés por calor y más proclive a infecciones que con las variedades de soya no transgénica. Esto último, sin contar las últimas investigaciones que indican que el consumo de alimentos transgénicos produce modificaciones celulares que derivan en tipos de cáncer y problemas en órganos vitales.






En Venezuela se quiso promover una ley de semillas que fue rechazada por campesinos y movimientos sociales agrarios y agroecológicos. Este amasijo de pueblo convocó una concentración el día lunes 21 de octubre frente a la Asamblea Nacional (AN), en Caracas, para manifestarse en contra de la ley a discutir al día siguiente, martes 22. En el preámbulo, o exposición de motivos, de la mencionada ley se señala el carácter antitransgénico y antipatente de la misma. Además, habla de una regulación de semillas “desde una perspectiva agroecológica”. Se presume derogar, con la ley discutida, la Ley de Semillas y Material para la Reproducción Animal e Insumos Biológicos publicada en Gaceta Oficial número 37.552 el 18 de octubre de 2002.

El diputado Ureña cuestiona dicha ley por parecerle “ambigua” con respecto al asunto de los transgénicos y las patentes. Para el poder popular: hasta aquí todo bien. O casi.


En el cuerpo de la ley propuesta para su discusión, artículo 7, apartado 5, decía: “Se aceptan como valores de la presente Ley (…): El reconocimiento a la creación intelectual y el derecho a la propiedad intelectual en materia del desarrollo de nuevas variedades de semilla y cultivares” (las cursivas son nuestras). Precisamente este enunciado es el grito al cielo del movimiento popular y campesino con respecto a la presente. El denominado “derecho a la propiedad intelectual” es un copyright sigiloso, es decir: determina patente sin mención explícita. Convendría, en todo caso, para un individuo (léase bien: una sola persona) este tipo de legislación, ya que podría optar por microcréditos para el fomento de su “creación intelectual” y así poder endeudarse y obligarse a la producción del monocultivo a mediana o gran escala. ¿Suena conocido este proceder? Para refrescar la memoria: leer algunos párrafos atrás o revisar el documental El mundo según Monsanto, por mencionar alguno.

Hubo un debate entre los diputados José Ureña, Víctor Bocaranda (militante del Movimiento Popular Revolucionario Argimiro Gabaldón) y Ana Felicién (del Movimiento Venezuela Libre de Transgénicos) el día miércoles 23 de octubre en el programa matutino de La Radio del Sur Mientras tanto y por si acaso. Se discutió sobre la pureza y privatización de las semillas campesinas y sus legitimidades dentro del cuerpo de la ley, así como de tasas a pagar para validación y certificación de semillas y la burocratización innecesaria para la circulación de semillas entre campesinos. Asimismo, se pidió que se activara la carta del “pueblo legislador”, es decir, discusión profunda de la propuesta y, si es necesaria, nueva redacción de dicha ley y su exposición de motivos. El diputado Ureña tuvo que aceptar el debate político abierto a nivel nacional, en la calle y en el campo, tal como garantiza su propuesta de ley.

Al día siguiente se produjo una reunión, a puerta cerrada, entre voceros del Movimiento Venezuela Libre de Transgénicos, la segunda vicepresidenta de la AN, Blanca Eekhout, y otros diputados. Hubo un logro importante: el diputado por el PSUV José Ureña, principal propulsor y redactor de la propuesta, aceptó participar en la discusión y formulación de una nueva ley, junto con diversos colectivos. Esta jornada de elaboración de otra ley tuvo lugar el lunes 28 y martes 29 de octubre en Monte Carmelo (Sanare, Lara), durante el Encuentro de Guardianes de Semillas.
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En el lapso 1940-1970 surgió en nuestro país un éxodo masivo del campesinado hacia las ciudades. Acontecimiento hijo de la monoproducción petrolera, boom que devino gracias a la gestoría de Juan Vicente Gómez como peón de las corporaciones gringas que empezaban, a principios del siglo XX, a trinar dedos para hacer sonar sus cajas registradoras. El campesino, desasistido, hambriento y engañado, decidió marchar hacia las ciudades. Por menos de cuatro lochas se lo llevó la corriente, como dice la canción de Gino González “Guacharaca conuquera”, y así comenzó el sitio de las barriadas (el súbito empobrecimiento) en los proyectos venezolanos de urbes. La llamada modernidad tocó la puerta y los desgobiernos y dictaduras de la Tercera y Cuarta repúblicas decidieron abrirle la puerta. El modo de producción capitalista cuasi industrial llegó a la hora del mango y, con ello, el horroroso latifundio con que azotan los terratenientes los lomos del país.


Debido a esta historia, Venezuela se convirtió en un importador neto de alimentos en el mercado mundial. Además, subsidia el consumo con los excedentes del petróleo. Debido a esto, se especula, nuestro país no ha sido blanco de presión de las corporaciones biotecnológicas. Sin embargo, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos considera convenientemente que Venezuela tenga una vocación agrícola, pues tiene mucha cantidad de territorio desperdiciado en latifundios (más de tres millones de hectáreas).

A partir del año 2000, con la llegada del Comandante Chávez a la Presidencia de la República, el reimpulso de la agricultura en sus varias facetas (conuco, huerto, malla sombra, grandes cultivos, agricultura urbana) ha ido in crescendo. Se ha demostrado, incluso, que en todo un siglo de tragedia venezolana el conuco ha sido el único factor de producción que se ha mantenido (disperso pero resistiendo), aunque detrás de la gran escena, por sus facultades inherentes, lo cual lo hace ser la mejor propuesta para la producción de alimentos. Debido a esta convocatoria para generar comestibles desde y para el pueblo (no en balde la buena intención —para muchos mal ejecutada— de lanzar la Gran Misión AgroVenezuela) para obtener la tan anhelada soberanía alimentaria, el Coman, en abril de 2003, durante el II Encuentro de Solidaridad con la Revolución Bolivariana, prohibió la siembra de transgénicos (este NO rotundo nunca se hizo ley, pero fue reiterado por el Taita por lo menos unas tres veces más en 10 años) y pidió revisar en sucesivos Aló Presidente el tema (y engaño del agronegocio) de las patentes a su gabinete institucional.

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El frío de las montañas de Sanare arremete contra la voluntad de los movimientos campesinos y populares que dan vida a Monte Carmelo. El caserío se ve amontonado de gente dispuesta a defender con el cuerpo lo que se dice. Se escucha por ahí incluso un “hay que caminar con la palabra”.
El lunes 28 de octubre se celebra una asamblea para debatir y alimentar (o devorar) la propuesta de la nueva ley de semillas. Llegan a asistir, entre otros, los diputados Ureña y Acurero, quienes escuchan atentamente y debaten lo concerniente a la ley. Se decide, entonces, convocar cuatro mesas de trabajo.
El “pueblo legislador” anuncia discursos, propone ideas concretas en cuanto a la exposición de motivos y a la ley, asume su rol participativo y protagónico. Es un pueblo en revolución.
“¿Realmente necesitamos una ley para nuestras semillas? ¡La ley somos nosotros!”, dice un pure, campesino de vieja guardia.
“Aquí hay que entender que estamos en una guerra, y en esta guerra debemos pelear desde lo que comemos hasta lo que decidamos vivir como pueblo”, aclara una militante de la verdad.
“En Venezuela se importan transgénicos, además tenemos esa institución abominable llamada Agropatria, pero nadie dice nada”, lanza una agroecóloga.
En la mesa número 3, luego de varias horas de debate, Polilla, campesino de unos cincuenta y tantos, hace un golpe de mesa entre risas:
“Según leí recientemente, datos y vainas, somos en Venezuela poco más de 300.000 campesinos que tenemos que alimentar a unos 28 millones de glotones. ¡No hay cuerpo pa’ eso, compadre!”.

El año pasado (29 de octubre de 2012), durante el I Encuentro de Guardianes de Semillas, se redactó una declaración que se utiliza, en sesión plenaria al final de la noche, como soporte para la redacción de la próxima ley de semillas (sí, se decidió hacer borrón y cuenta nueva, en plena asamblea, mientras se elegía la metodología a seguir), que finaliza del siguiente modo: “¡Todas las manos a la siembra, todas las siembras a la escuela y a las bocas, promoviendo e impulsando la siembra y la cosecha de una sociedad nueva, donde las semillas más importantes son nuestros niños, niñas y jóvenes, verdadero semillero de la patria, porque sabemos que con la semilla se desentierra la historia de Abya Yala (Nuestramérica), territorio vivo que nos junta en una espiral que no entiende de fronteras!”

En algún momento de la noche Walterio Lanz, con su voz apagada pero firme, llamó a la reflexión: “No comercialicemos la semilla”. Ya 29 de octubre de 2013, Día Nacional de la Semilla Campesina, en Monte Carmelo se cuestiona el modelo agrario que los poderosos del planeta quieren imponer. No con mero discurso, demagogia o ideología sino desde el cuerpo a la semilla.

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