64 Países ya han etiquetado los alimentos transgénicos... |
La imagen que abre este post, es el punto de partida para replantear el asunto del etiquetado; fue compartida por una activista comprometida a través del facebook de la campaña. El comentario que ella hizo parece bastante revelador: «Venezuela ni siquiera tiene los alimentos transgénicos etiquetados como en estos países».
La imagen pertenece a la página de la campaña «Yes on 522», un intento de reforma legislativa para establecer el etiquetado (labeling) de los alimentos transgénicos en Washington.
Repetidas veces encontramos entre los colectivos de activismo en Venezuela, a algunas personas convencidas de la banalidad de tales iniciativas. «Lo que importa es el Socialismo, lo que importa es la Agroecología; no debe existir el etiquetado porque no deben existir los alimentos transgénicos», dicen ellas. Estamos muy de acuerdo, en el nivel ideal o idealista. Es esa también nuestra esperanza y meta; sin embargo, en el camino vamos madurando y entendiendo que la vida no sólo consiste en esperanzas y objetivos, sino también en obstáculos y realidades manifestadas, a veces insalvables.
Esto nos da la oportunidad de señalar otro de los «problemas de actitud» bastante comunes en la revolución bolivariana; pues señalar y evidenciar nuestros errores, inevitablemente nos hace más concientes de ellos, y eso contribuye a anularlos: Los círculos revolucionarios de Venezuela tienden a sobrestimar el poder del ideal sobre los demás niveles y aspectos de la vida social, muchas veces incluso negando que existan otros niveles, o invisibilizando todo otro aspecto. Es una actitud que se repite de forma frecuente en ciertos aspectos de la vida política nacional, y que no contribuye precisamente a la eficiencia, al Logro de los objetivos. Es paradójico que asumir nuestros objetivos como «lo único que importa», sea lo que más contribuya en la imposibilidad de alcanzarlos.
«No sólo de pan vive el hombre», pero en nuestro caso es válida también la lógica inversa: «No sólo de ideales vive». La vida social (como la personal) es muy compleja y no dejará de serlo sólo porque algunos revolucionarios demasiado entusiasmados, se dediquen diaria y sistemáticamente a invisibilizar la importancia de otros niveles de lucha. Nos encontramos ante el mismo «dilema» de aquellos que piensan que si los esfuerzos no se hacen en un «barrio», entonces no tienen importancia; o que todo funcionario es corrupto, por el simple hecho de ser funcionario, ya que la única forma de no corromperse está en permanecer en la «lucha popular». Por supuesto, todos estos son falsos dilemas, pues los de «abajo» conocemos bastantes casos de corrupción en nuestras estructuras «populares» y de virtud en las gubernamentales.
El dilema del etiquetado es también un falso dilema. La explicación de esto produce claridad, pero también vulnera esa poco realista idealización, que muchos compañeros en nuestro lado gustan de practicar.
No es verosímil creer que nuestros esfuerzos producirán en pocos años una nación totalmente auto-sustentada por medios agroecológicos. Los aspectos que deben cambiar para que eso ocurra, tienen que ver con la cultura masiva de nuestra gente, con nuestras costumbres individuales y sociales, con la manera en que las personas ven al mundo y se ven a sí mismos. También se trata de la creación de estructuras productivas, educativas, políticas y recreativas reales, sin cuya existencia el ideal no puede materializarse; sin cuya existencia el ideal no «se hará carne».
La iniciativa por el etiquetado forma parte de ese tipo de luchas contingenciales, que en realidad sostienen nuestra lucha esencial. Es sólo un mecanismo para hacer lo mejor que puede hacerse en determinado momento histórico, con el fin de impedir que la situación se agrave hasta niveles insoportables, en los que probablemente nuestra lucha esencial, ya no sea siquiera posible.
Por supuesto, esta reflexión no resulta atractiva para los revolucionarios exclamativos, esos que piensan que el mejor cambio posible ocurrirá luego de suficientes gritos, por medio de una actitud idealista irreductible. Para ellos, los revolucionarios reflexivos son reprobables por reformistas; nuestro imperdonable reformismo que (oh ironías de la vida) ha logrado todos los cambios permanentes que se conocen en la historia humana, y que cualquier violenta y dogmática revolución jamás ha sido capaz de sostener. El imperdonable reformismo que el Truekero Mayor sostuvo durante años, transformando paso a paso cada aspecto de la estructura del poder nacional, hasta que tuvo que partir, sabiendo que los pasos que faltaban para el Socialismo eran incontables, y debían ser realizados por la sociedad entera.
El Eco-socialismo también implica un decrecimiento de nuestro orgullo y nuestra soberbia, armonizándonos a la manera de la naturaleza, para intentar observar todos los elementos en juego y unirlos en una situación orgánicamente beneficiosa, la mejor situación posible.
Si aún no podemos convertir todos los campos de Venezuela en campos agroecológicos, administrados por seres humanos en libre asociación, en igualdad y cooperación; al menos podemos imponer a través de las leyes la prohibición de los cultivos transgénicos. Si no podemos aún sostenernos con producción nacional, o si la cultura masiva exige de manera estúpida la importación de alimentos que en nada satisfacen nuestras necesidades; al menos podemos imponer el etiquetado de los productos transgénicos, para luego, con un gran esfuerzo educativo, incitar a nuestro pueblo a no comprar estos productos.
Algunos ya comienzan a sospechar y a expresar abiertamente, que toda esta beligerancia saturada de «orgullo revolucionario» debe dar paso a una actitud más calmada y eficiente, si es que realmente anhelamos la realización de nuestros sueños eco-socialistas. Ni los gritos e insultos contra el viento, ni las marchas organizadas con eslóganes apresurados, ni los párrafos escritos con mayúsculas en Facebook construirán las condiciones y estructuras necesarias para que nuestro Eco-socialismo sea un fruto comestible.
La semilla de nuestro socialismo ecológico se siembra primero en nuestros corazones y mentes. El abandono de la ansiedad, el desarrollo de la atención, el redescubrimiento de la gentileza y la construcción de una visión realista; tan realista como queremos que sean nuestros frutos.
Abandonemos pues los falsos dilemas, y marquemos el camino de la semilla, en todos los niveles posibles.
Marca el camino...
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